A las afueras del pequeño pueblo de Arlesheim: la grandiosa existencia de lo real en lo artificial

Habitualmente el mundo no viaja a Arlesheim, ni siquiera de paso, sino que más bien pasa de largo. El pueblo es demasiado pequeño para las grandes historias. Bien es cierto que tiene una catedral y, a partir del 24 de junio, clases diarias de Tai Chi en la plaza delante de la misma. Tiene unos cuantos chalets respetables con piscina y a la gente le suele gustar casarse en Arlesheim. Quizá sea porque la plaza del pueblo irradia una armonía inalterable. Quizá porque el registro civil sito en esa misma plaza del pueblo dé una “impresión cuidada, de estilo clásico”, y en el mismo exista “un sistema de ventilación, gracias al cual hay suficiente oxígeno a pesar del aforo”, según afirma su propia página web.

Desde hace poco Arlesheim cuenta con una nueva fuente de oxígeno. En la calle Schorenweg 9, no lejos de las aguas del río Birs, ésta difunde la posibilidad de vida en la atmósfera de Arlesheim y todo esto podría convertirse para el pueblo en lo que hace 2400 millones de años supuso para la tierra el Great Oxidation Event, la gran crisis del oxígeno, a saber, el final y el principio de algo, la adaptación de las formas de vida locales a la presencia de una nueva forma de oxígeno, la puerta hacia un mundo nuevo.

Ese oxígeno se llama Canal Street. Una calle bajo un techo de fábrica, de 100 metros de longitud. No es real. Su oxígeno es la artificialidad. Y aún así es auténtica. Sus casas y estancias, sus edificios y sitios de construcción son imagen de la realidad y arquitectura de la fantasía. Son una pintura de tres dimensiones. Es Cinecittà, ­Fellini, Potemkin; nada es real y aún así todo es genuino. Es una calle que empieza en alguna parte de ninguna parte y acaba en ninguna parte de alguna parte. Una calle que es como una vela encendida por ambos extremos. Las fronteras se difuminan, las suyas y las de los que pasean por ella.

Franz Burkhardt, artista y vividor alemán, es el creador de este mundo y su mano artesana, Klaus Littmann es su mastermind. Los creadores invitaron e invitan a artistas, entre otros a Oliver Sturm (Gebetomat), Fabian Monheim (diseñador gráfico), Michel Blazy (Fontaine de mousse), Markus Wirthmann (Aquaponic), para que añadan más rasgos característicos a la calle. El miércoles por la tarde, a las siete y media, el mundo llegó previa invitación de Littmann a Arlesheim a la Canal Street desde muchos rincones del mismo e inhaló el oxígeno de esta escultura monumental exhalando a cambio el espíritu de la sofisticación. Entre ellos: Arthur Cohn (ganador de un Oscar, procedente de Munich), Edek Bartz (amante del arte y compañero de Alice Cooper de Viena), Cai Liangping (mecenas de China, patrocinador de la casa de té en la Canal Street), Xiaokun Sunny Qiu (Shanghai, expone el Real Fiction Cinema de Littmann en China), Javier Ramírez (promotor de las artes y amigo de la casa, de Madrid), Danful y Silvester Yang, (artista china filigrana con un marido que pone manos a la obra, de Shanghai). Había una mesa, tan larga como una calle, 80 metros, a la que se sentaron 182 personas, entre otros, Philippe Bischof, (Director de la oficina cultural de Basilea), Lorenzo Rudolf (antiguo director artístico, actualmente presidente del Art Stage de Singapur), Christoph Marthaler (director de teatro), las señoras afines al arte Vrone Burckhardt y Ulla Dreyfus, Simon Lutz (jefe del Aqua, establecimiento encargado del catering). Ahí estaban Andi Spillmann (Landesmuseum), Bernhard Glanzmann (visionario de los garajes), Salomée y Edwin Faeh (Carhartt, aficionados al arte), Gusti und Annetta Grisard (Kunst und Kapital), Regina und Alex Fischer (antiguo presidente de la comisión de arte), Dorothée y Rudolph Schiesser (artista entre los directores de hotel), Onorio Mansutti (no requiere explicación), Beat Curti (antiguo gigante del negocio al por menor y empresario del mundo de los medios de comunicación), que convirtieron la Canal Street por una noche, hasta que cantaron los pájaros, en un tramo del camino de sus vidas. Arlesheim dormía, en Basilea estaba Art, en la Canal Street se fundían las vidas en uno de esos momentos que albergan un toque de lo eternamente memorable. La calle se convirtió en un río del existir, en mercado de historias y en lugar de recreo para lo existencial. También para lo bailado cuando el DJ Mr. Knister inundó la calle con sus ritmos y algunos pensaron que el continuo espacio-tiempo era algo que sólo existía más allá de la Canal Street. En ocasiones abandonabas la calle, bajabas las escaleras para salir por la puerta al exterior, a lo natural, que parecía artificial. Y ahí te encontrabas, entre otros, con Werner von Mutzenbecher (pintor), Enrique Fontanilles (artista, activista que hoy protesta en la Messeplatz) y Renate Buser (artista, Frontside, Stadthimmel).

Y volvías de nuevo a la «Canal», en la que las personas convertían la calle en un universo, o bien la calle convertía a las personas en cosmos. Así fue la noche del miércoles en Arlesheim, cuando se creó un gran mundo en una pequeña calle. O bien se creó una gran calle en un mundo pequeño. Para los flaneur de la existencia viene siendo lo mismo.

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